- La Internet Watch Foundation es una fundación que se dedica a combatir la pedofilia en la Red
- Sus empleados son entrenados cuidadosamente para prepararlos ante las duras imágenes que tienen que analizar todos los días
- Algunos se relajan jugando a la Wii, dando un paseo o tocando el violín
Imagina que acabas de llegar a tu trabajo como todos los días, a las ocho de la mañana. En el ordenador de tu mesa de despacho te esperan treinta vídeos de abusos a menores que tendrás que visionar y analizar. Después de comer deberás ponerte con un centenar de imágenes tanto o más perturbadoras. Así es el duro día a día de los empleados de la Internet Watch Foundation (IWF), una fundación británica sin ánimo de lucro que se dedica a rastrear la Red en busca de contenido pedófilo, para comunicarlo a la polícia. La IWF está financiada por las compañías de Internet, y sus empleados tienen permiso de las autoridades para pasear por los callejones más perversos de la Red, allí donde se pone en duda la humanidad de los individuos que abusan de los más inocentes. A veces, sus propios padres.
El periódico The Guardian publica una entrevista a algunos de los enpleados de la IWF, en donde nos revelan el día a día de su duro trabajo. La plantilla se compone de unas 20 personas, la mitad de las cuales se dedican a labores administrativas, mientras unas ochos personas componen el departamento de análisis. Ambas secciones trabajan en salas separadas y los de administración no pueden entrar en la sala de analistas hasta que hayan eliminado las imágenes de abusos de las pantallas.
La IWF recibe cada día 100 o 200 avisos de la policía o de usuarios anónimos de Internet, que deben investigar. Los analistas han sido previamente seleccionados tras complejas entrevistas, análisis psicológicos y un duro entrenamiento que incluye el visionado de imágenes pedófilas de gran dureza. No todos aguantan la prueba. Un ex-oficial con amplia experiencia en Irak no se sintió con fuerzas para aceptar un puesto. Los analistas intentan no empatizar con la víctima, para centrarse en su trabajo: detectar el grado de dureza, encontrar pistas para localizar a la víctima y protegerla, e informar a la polícia. Intentan ver los vídeos sin audio, salvo que busquen pistas, y lo hacen cuadro a cuadro, sin reproducirlo, si es posible. Se animan pensando que van a eliminar esas imágenes de Internet y van a ayudar a las víctimas.
También realizan labores de detectives, pues intentan descubrir dónde se grabaron las imágenes: de qué región proviene el acento de los que hablan, un título de un libro, la forma del enchufe de la pared, las tiendas que se ven a través de una ventana, el logotipo de un uniforme escolar…
Algunos de ellos, en mitad de una dura sesión de trabajo, salen a dar un paseo por el lago cercano, o desconectan echando una partida al Super Mario o a los bolos en la Wii que hay en la oficina. Todos participan en sesiones de orientación piscológica obligatorias al menos una vez al mes, y terapia de grupo cada quince días.
Cuando detectan contenido ilegal, avisan a la polícia y al servidor de Internet que aloja la página. Si está en el país el contenido se borra en menos de una hora. Si es una reclamación internacional se ponen en contacto con las agencias de vigilancia de otros países, que tomarán el relevo.
En 1996, el Reino Unido alojaba el 18% de todo el contenido pedófilo. Gracias al trabajo de las operadoras de Internet y de la IWF, este porcentaje bajó al 1% en siete años. Dos veces al día, envían una lista de webs bloqueables a Google y BT, que las desactivan.
Desde la IWF alertan sobre el preocupante aumento del sexting, el sexo entre menores que se autograban utilizando el smartphone. Durante el último año encontraron 12.224 imágenes y vídeos de menores grabados por ellos mismos, que los pedófilos descargan a sus propios servidores y luego los distribuyen «por temas”.
Pero, tal como confiesa uno de sus analistas, están convencidos de lo que hacen: «Amo mi trabajo. Es el trabajo más gratificante que nunca he hecho, y la mayoría de mis compañeros piensan igual”. Cuando vuelve a su casa tras un duro día en la oficina, se relaja tocando el violín. No lo hace muy bien, pero le ayuda a desconectar de la dura realidad que se esconde en los más siniestros recovecos de la Red.
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